El 'buen gusto' de la oligarquía Argentina y los 'guarangos' (1900)

noviembre 19, 2019

A principios del siglo XX, la sociedad argentina experimentó importantes cambios en las manifestaciones culturales. Muchos de estos cambios se venían desarrollando desde las dos últimas décadas del siglo XIX cuando a la par del aluvión inmigratorio, se consolidaron los espacios sociales de la clase alta, entre ellos los destinados a la alta cultura (un conjunto de obras, prácticas y símbolos considerados como la forma cultural de mayor prestigio en una sociedad determinada).


Aproximadamente desde la década de 1870, los grupos dirigentes de Argentina (en particular los porteños) adoptaron como estilo de vida el de las clases altas europeas. Si bien gozaban de un bienestar económico gracias al modelo basado en la agroexportación, no habían desarrollado un estilo distintivo. Esos ideales de belleza, prestigio, elegancia y comportamiento público se convirtieron en un conjunto de valores vinculados con el proyecto de hacer de la Argentina una sociedad civilizada.

Estos comportamiento generaban una identidad social, una pertenencia, y les servía para presentarse ante los grupos sociales como un sector exclusivo, en un momento en que la ciudad de Buenos Aires y las zonas de impacto inmigratorio del país modificaban sustancialmente su composición social y cultural.

Trataron de alejarse del estereotipo del guarango o el chiruso, términos con los que se designaba de forma despectiva al inmigrante, pero que podían aplicarse también al criollo.

Desde 1870 lo que identificaba a la clase alta era cierta rigidez o exageración en las conductas que mostraban distinción. Ser civilizado, consistía en crear distancias donde no existían o no eran visibles. La elite porteña se mudó hacia barrios más alejados del centro, hacia el norte, aunque no a zonas suburbanas.

Marcaban diferencias no sólo entre los comportamientos de la vida familiar y la vida pública, sino también entre quienes poseían los hábitos requeridos y quienes, por ignorarlos, quedaban excluidos del mundo social de las clases altas.

Asistir a la ópera: una muestra de prestigio social.
Si bien el gusto de la clase alta de Buenos Aires por la ópera databa de los tiempos inmediatamente posteriores a la Revolución de Mayo, a partir de la década de 1870 esta preferencia se vinculó con el nuevo ideal de prestigio social. En esa época, la ópera era el género artístico por excelencia en tanto combinaba música, teatro, canto, danza y artes escenográficas. Asistir a la ópera era un privilegio de las personas sensibles al arte más completo y el lugar elegido para ver esas obras era el antiguo Teatro Colón (inaugurado en 1857, en la esquina noreste en la intersección de Rivadavia y Reconquista). La inauguración del nuevo Teatro Colón en 1908 estableció diferencias notables entre los públicos operísticos.

Se distinguía entre quienes poseían conocimientos musicales o simulaban tenerlos, y aquellos que asistían al teatro como parte de un ritual de exhibición social. La disputa se establecía entre los diletantes distinguidos, personas sensibles al arte musical  pero ignorantes de los secretos de la música; los verdaderos aficionados cuyo bagaje musical era mayor que el de los anteriores, y finalmente los críticos, que eran conocedores de las reglas del género. Por lo general escribían críticas musicales en diarios como El Mosquito, La Nación o La Gaceta Musical. Ellos dictaminaban si la representación de la noche anterior había estado a la altura del buen gusto, si el público se había comportado según lo esperado o si la ópera italiana era mejor que la alemana o francesa.

Los palcos y las plateas estaban ocupados por las familias decentes y las personalidades importantes. La cazuela era un lugar destinado exclusivamente a las mujeres de este sector social. Desde allí se construía o destruía el prestigio de cualquier dama que aspirara a conseguir un matrimonio ventajoso. La mirada masculina estaba atenta a los comportamientos de las cazueleras, pues ellas activaban una serie de juegos de seducción que a veces podía escapar al control de sus padres. La tertulia era otro espacio de la sala donde podían desarrollarse las muy comunes reuniones sociales. El paraíso, el sector más elevado en la arquitectura del teatro, era un espacio exclusivamente masculino al cual asistían algunos de los críticos y la parte más modesta del púbico teatral, que solía ser calificada como el populacho grosero o el monstruo-multitud, debido a que no siempre se comportaba según las reglas del decoro.

Finalmente los palcos baignoire, también llamados palcos de viudas, están ubicados a cada lado de la platea y se encuentran cerrados por una reja de bronce. El luto era muy riguroso cuando fallecía un familiar y podía prolongarse durante mucho tiempo, por lo que las apasionadas de la música los utilizaban anónimamente para disfrutar los conciertos y óperas, protegidas de la mirada del resto de los espectadores. Las rejas se levantaban cuando se apagaban las luces y se bajaban otra vez en los intervalos.

A principios del Siglo XX la ópera dejó de ser un espacio social básicamente elitista, pues para los inmigrantes italianos, significaba un encuentro con su historia y su identidad cultural. Sin embargo, el modelo de comportamiento civilizado promovido desde la ópera no sólo no perdió su vigor sino que se extendió a la clase media, que aspiraba a ascender socialmente.

El público popular y el criollismo

La clase popular y criolla se inclinaba por los circos criollos, un fenómenos que apareció a mediados
de 1884, a partir de la representación de la obra Juan Moreira en versión hablada (reescrita por el autor original Eduardo Gutiérrez como novela "mimodrama", precisamente para ser representado en el circo) esta obra homónima se convirtió en la pieza fundadora del teatro rioplatense. La modalidad circense consistía en general con representar una o varias obras que trataban sobre el destino de la población criolla o gaucha frente a los avances del proyecto modernizador de la Argentina. (en la foto José Podestá en su genial creación de Pepino el 88)

Más allá de que la temática describía la vida criolla, también los inmigrantes que buscaban integrarse en la sociedad argentina se vieron identificados en estas historias, a tal punto que muchos de ellos comenzaron a incorporar en su vestuario las prendas gauchas.

Aunque para la élite de la década de 1880, el circo criollo representaba una forma de teatro incivilizado, debido a que exaltaba temas como el culto del coraje, el uso de las armas, la venganza o el dominio de la pasión, es decir, valores de los sectores populares que los grupos dirigentes querían abolir.
Sin embargo, a principios del siglo XX la clase dirigente comenzó a ver en el gaucho un símbolo positivo que daba una cierta identidad nacional ante el impacto de la inmigración que parecía modificarlo todo. Esta posición ante los temas culturales se denominó criollismo, y generó entre los intelectuales más influyentes un debate ideológico sobre la identidad y el idioma argentinos.

Los grupos dirigentes se distanciaron de la amenaza que representaba para ellos la influencia de las clases populares criollas y de una población inmigrante cada vez más numerosa y diversa. A su vez, los inmigrantes también desarrollaron sus propios espacios culturales y, a medida que se integraron en la sociedad argentina, avanzaron sobre niveles antes reservados de la elite.



Fuente: Leandro Losada, Hernán Otero, Ricardo Pasolini y María Estela Spinelli (2009) "H2 Historia argentina y latinoamericana (1900-2005)" Buenos Aires: tintafresca.

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2 comentarios

  1. Acabo de descrubrir su pagina, muy interesante espero sigan agregando notas, es dificil conseguir es estos tiempos y bastante increible, material que interesante, ameno y que nos permita expandir nuestro conocimiento un saludo grande desde Argentina

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    1. Guau! Que bonita sorpresa encontrarme con éste mensaje, me ha llenado el día de alegría.
      Me alegra que éstos artículos que redacto con tanto amor sean de su agrado.
      Muchísimas gracias!♡
      Saludos

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