La embalsamó y practicó necrofilia con ella durante una década

diciembre 23, 2019

Maria Elena Milagro de Hoyos tenía sólo 21 años al momento de morir y durante los siguientes 9 años, su cadáver fue parte de una historia de "amor" muy unilateral. Aunque ella no decidió qué iba a pasar con su cadáver, muy seguramente en sus planes no estaba incluido ser embalsamada en secreto y reconstruida con alambres, cera y yeso. Tampoco lo fue que un hombre de cabello blanco pasara el tiempo con ella (y todo lo que eso conlleva) mientras trataba de terminar su plan maestro de llevarla al espacio para que pueda volver a vivir.


Navegando por internet me encontré con que el 90% de las páginas web que comentaban este tema lo demostraban como un acto de pasión extrema, romantizaban un caso de esta índole en pleno 2019. Así que, en una época en la que el control sobre el cuerpo de una mujer e incluso el significado de consentimiento sigue poniéndose en duda, elijo compartir la historia impactante e inquietante de Elena de Hoyos.

Primero, les presento a Carl Tanzler, un hombre con un pequeño problema con la realidad. Inmigrante de Dresden, Alemania, afirmó ser entre otras cosas, un médico, un capitán de submarino, y un conde llamado Carl von Cosel, para ser exactos.
En verdad, Tanzler era un radiólogo solitario de un hospital de Key West, Florida, separado y con una hija. Ya era conocido en aquel entonces por estar convencido de tener visiones de una mujer morena que sería el amor de su vida.

Entonces, un día de 1930, Elena entró al hospital.

Cuando el radiólogo de 53 años vio la piel cubanoamericana de ella, no puedo evitar pensar que era la mujer de sus visiones, y con sólo 21 años, Elena se transformó en la obsesión de Carl Tanzler.
Ella sufría de tuberculosis, y él se puso a trabajar para tratar de curarla (aunque no era médico) contrabandeando costoso equipo fuera del hospital hasta su casa donde experimentaba con tinturas, tónicos y medicinas.

Tanzler profesó repetidamente su amor por ella, bañándola con regalos y adoración, pero su "amada" jamás devolvió el sentimiento, y en 1931 murió por complicaciones de la misma tuberculosis.

Aunque ya estaba muerta, ésta historia de amor de una sola persona recién comienza. El radiólogo insistió en pagar el entierro y funeral y mandó a construir un lujoso mausoleo para ella sola. Lo que nadie notó, fue que Carl Tanzler se quedó con la única llave.

Inmediatamente comenzó a visitar el cadáver de Hoyos durante las noches donde tenía largas y sinceras conversaciones con ella (o eso creía) mientras le inyectaba químicos (como formaldehído) para embalsamarla, y así se fue dando su luna de miel. Tanzler incluso tenía un teléfono sobre el suelo instalado en la tumba para poder llamarla cuando quisiera.

Finalmente después de dos años de visitarla, le pidió al cadáver que se mudara y aparentemente debe haber interpretado un sí porque la cargó en un carro de juguete y la llevó a una cabaña aislada donde había instalado su propio laboratorio secreto y en el que vivía desde que fue despedido del hospital (principalmente por robar esos equipos).
Parte del laboratorio era un avión que serviría como nave espacial para llevarla a la estratosfera y lograr que la radiación del espacio exterior penetraran en sus tejidos y la reviviera.

Antes de siquiera poder pensar en completar su plan maestro, tenía cosas más urgentes que resolver, como la descomposición de Elena.

Y a pesar de haber hecho sus mejores intentos por preservar su cuerpo mientras yacía en el mausoleo, después de tanto tiempo y sin aire acondicionado, empezaba a sufrir una seria putrefacción. Conectó los huesos con un cable de piano, reemplazó la piel desintegrada con tela de seda, cera y yeso; la roció en perfumes y aceites para amortiguar un poco el olor a podrido; rellenó su cavidad abdominal con trapos, reemplazó sus ojos con unos de vidrio y le armó una peluca hecha de su propio cabello. 

Con el tiempo, el cadáver comenzó a parecerse menos a Elena y más como a una muñeca Elena. Para Tanzler, ese cadáver era en realidad su esposa y vivían juntos y felices. Le llevó ropa, le tocó música (o a sus órganos por lo menos) e incluso le instaló una cortina en la cama matrimonial para que ella pudiera tener algo de privacidad.

El radiólogo vivió feliz con el cadáver robado de una de sus pacientes por siete años antes de que la gente comenzara a sospechar. Su ausencia del cementerio, que él comprara ropa de mujer, un niño que lo vio bailar desde su ventana con algo parecido a una muñeca de tamaño natural y cosas como esas alimentaron el rumor y la hermana de Elena, Florinda, fue a investigar.


En octubre de 1940 Florinda encontró lo que pensó, al principio, era una muñeca de su hermana. Sólo después de que la policía entró en escena descubrió que la muñeca era su propia hermana y la autopsia reveló que hasta las áreas sexuales habían sido reemplazadas de su cadáver y se rumoreaba que tenía sexo con ella.
Los involucrados en la investigación decidieron llevarlo a juicio bajo los cargos de «destrucción maliciosa y lasciva de una tumba y extraer el cuerpo sin autorización» luego de que sus exámenes psiquiátricos lo encontraran competente para la situación.
Después de una audiencia preliminar verificada en octubre de 1940, Tanzler fue presentado para responder a los cargos, pero el caso fue cerrado y él liberado debido a que los estatutos de limitación (prescripción) del delito habían expirado.

Causó sensación entre el público local, quienes en general simpatizaron con Tanzler, y no se le vió como un enfermo mental sino como un «romántico» excéntrico.

Por supuesto, para agregarle un insulto más a la dignidad de la fallecida, el cadáver de Hoyos fue fotografiado y puesto a la vista pública en una funeraria, donde fue visto por más de 6800 personas. Finalmente el cuerpo fue regresado al cementerio de Cayo Hueso, donde permanece en una sepultura incógnita, en una locación secreta a fin de evitar posteriores profanaciones.

Investigaciones posteriores han revelado la evidencia de que Carl Tanzler practicaba la necrofilia con el cadáver. Los médicos quienes practicaron la necropsia recordaron que había insertado un tubo de metal envuelto en seda en la vagina del cadáver y que tenía el fin de permitir el acto sexual

Separado de su objeto de obsesión, Tanzler utilizó una máscara mortuoria para recrear una efigie de tamaño natural de Hoyos y vivió con ella hasta su muerte, ocurrida el 3 de julio de 1952. Su cuerpo fue encontrado en el piso de su domicilio tres semanas después de su muerte.


Se ha manejado que Tanzler fue encontrado en los brazos de la efigie de Hoyos, pero su obituario informa que murió cerca del tubo que utilizaba para tener relaciones sexuales con el cadáver de Hoyos. El obituario señala: «Un cilindro de metal en un estante encima de una mesa, envuelto en seda, junto a una imagen de cera».

Mientras que la historia de Tanzler y Hoyos podría usarse para una espeluznante película de terror o para contar en la próxima cena donde te inviten, no olvidemos que María Elena nunca quiso o consintió nada de esto.

Si los derechos de las mujeres vivas son a menudo cuestionados ¿Qué derechos podrían tener las mujeres muertas?



Bibliografía:

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